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domingo, 1 de febrero de 2015

Las tortugas ninjas / Cuento corto / Duelo en niños



Roberto era un niño callado; no porque no tuviera nada que decir, sino porque no sabía cómo decirlo. Cuando lograba hacerlo, se sentía mínimo, como una brisa que sopla tenue en una tarde abrasadora. Lo cierto es que temía alzar la voz porque odiaba los gritos. Aún con todo, no era un niño que odiara todo. Amaba a las Tortugas Ninjas.

Espadas, nunchuks, jittes y bastones. También, colores para que cada niño se identificara con su personaje favorito. “A mí me gusta la del antifaz morado”, dijo Roberto, “dicen que es un color de niña, pero a mí me gustan mucho las uvas”.

Ojalá se hubiera quedado con las uvas, y no con los malos hábitos alimenticios de las tortugas ninja. Una dieta a base de pizza no es buena para el colesterol. Pero, Roberto estaba de suerte, su cumpleaños se acercaba y no se puede ser un buen padre sí no se le permite comer mal a los niños en sus cumpleaños. Como regalo pidió una tortuga ninja “de verdad”. A cambio de una tortuga fuerte y experta en artes marciales recibió una pequeña tortuga, lenta y aburrida. 

Planeó convertirla en una tortuga ninja, por lo cual cortó una de sus camisas favoritas e hizo un pequeño antifaz, agarró pega loca de la que usaba en el colegio y antes de que pudiera pegarsela en la cabeza a su nueva amiga, sus padres lo detuvieron y regañaron.

Roberto estaba molesto “¿Cómo pretenden que sean unas verdaderas tortugas ninjas sin un antifaz?”, “Los adultos nunca entienden de héroes” Pensó mientras saltaba en su cama haciendo volar sus juguetes de las Tortugas Ninjas. Su rabia no duró mucho, y pensó en invitar a Donatello, su tortuga favorita, al Baúl de los juguetes, ahí aprendería mucho sobre héroes como Batman, los Power Rangers, Dragon Ball y los Caballeros del Zodíaco. Se volvería fuerte e invencible, sería una verdadera tortuga ninja.

Una noche, Roberto sacó a Donatello del pequeño estanque que tenía como hogar. A aquel niño no le gustaba dormir sólo, le daba pánico la oscuridad. Tomó a Donatello y lo coloco en su cama junto a su correspondiente figura de acción, los arropó a ambos y se fue a dormir. Esa noche estaría seguro ante cualquier peligro.

Ningún monstruo perturbó el sueño de Roberto. La alarma del reloj sonó y tras varios intentos por despertarse, abrió sus ojos sólo para percatarse de que Donatello no estaba. Sintió un frío que le recorrió el cuerpo, levantó cobijas y almohadas, sin encontrar algún rastro de Donatello. Corrió a la cocina, se trepó en una silla y observó el estanque. Donatello tampoco estaba allí.

En la sala, el desayuno en la mesa y su bebida achocolatada fueron invisibles para Roberto, las lágrimas le nublaban la vista. Buscando por la casa se tropezó con su madre quién le pidió conservara la calma, su amigo estaba bien, solo se había ido a buscar un río mágico. “¿Un río mágico?”, Donatello lo había abandonado, su héroe de la infancia, a quién consentía con pizzas y pequeñas armas de lego se había ido para buscar un lugar desconocido y lejano. Aquel día de escuela fue uno de los más tristes.

Dadas las 5:00 pm, un episodio de Las Tortugas Ninja se proyectaba sin que nadie en aquella casa lo viera. El pequeño estanque seguía vacío y la pequeña palmera bajo la cual solía descansar Donatello, se veía más artificial que nunca, ya no era una palmera de verdad, sino de plástico, como sus juguetes.

Roberto no entendía, ¿por qué Donatello había tomado la  decisión de irse a aquel río mágico?, ¿Por qué lo había dejado atrás después de tantas aventuras?

Roberto no se daría por vencido hasta obtener al menos una respuesta a sus preguntas, fue a la biblioteca de la sala y buscó una enciclopedia sobre animales. En la sección correspondiente a las tortugas aprendió que estas necesitaban de la luz del sol para poder vivir. “Tampoco les gusta la oscuridad, como a mí” pensó Roberto mientras secaba sus ojos con la manga del suéter.

Cerró el libro, trepó el pequeño mueble de la sala y se puso a observar los carros que se perdían al cruzar la esquina. Mientras los veía desaparecer pensó: “Cuando la gente se va, no es porque te abandonen, sólo se van de viaje. Buscando el sol”.

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