En aquellos días de Enero muchos compartían a voz abierta sus predicciones personales: "Pronto todo cambiará"; "Se acerca el estallido", para otros la no respuesta y la mirada desviada ante aquellos comentarios no era más que otra muestra del miedo y la desesperanza que ya hace mucho había secuestrado nuestras voluntades. La realidad de lo que vendría en los próximos días resultaba mucho menos clara para mí, la sentía impredecible y esto me aterraba.
Hubiera deseado mantenerme aislado en mi refugio y haber podido evitar ver las caras enajenadas de los míos —O aquellos que consideraba míos por pisar la misma tierra que ya no era de nadie— esos que caminaban con sus ilusiones desbordadas de cambio, con sus expectativas irreales de que algún héroe llegaría.
Lo que a mi me perturbaba era que, o nuestros héroes eran invisibles, o se habían olvidado de nosotros.
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