Los días eran cortos en Enero, como sí alguien hubiera querido reducir
nuestro tiempo de vida, las horas se habían convertido en minutos y los minutos
en momentos. La ansiedad que antes solía alargar la jornada se había escondido
de nosotros, había dejado de ser miedo anticipado, no, el miedo era real y
constante, como la gravedad que nos aplastaba contra la tierra.
Pararse en una esquina en ese silencioso Enero era llenarse
las orejas con cuentos fantásticos, se comentaban muchas cosas, la ciudad era
un gigante autómata caminando en un campo minado. El reto era discernir que
fragmentos de esas pequeñas historias que escuchábamos eran reales y cuales
eran un invento. No estábamos preparados, para nada.
—La información es valiosa hijo —Dijo
el retirado capitán, mientras encendía un cigarro y dejaba que sus dedos
entumecidos se calentaran un poco con la primera aspirada —sí la sabes
utilizar puedes esperanzar, derrumbar, dar vida y robarla, la palabra puesta en
voces invisibles da coraje a los perdidos y da de comer a los pobres.
—El problema es que ya no podemos creer en los
rumores y los informantes reciben una buena remuneración de malas manos, quieren
preservar la ilusión para mantenernos a la expectativa y en la no acción, es un
juego sucio. —Respondió
el muchacho con un gesto desesperanzado, producto del mal sabor que la empobrecida
capital le había dejado durante años.
—Muchacho, debes saberlo, los héroes murieron hace
mucho y murieron peleando, lamentablemente y para nuestro pesar nosotros no
somos héroes y dudo que muertos le sirvamos de algo a alguien.
—Estoy cansado y todos lo estamos viejo, pero no creo que
sea el momento de bajar la cabeza, debemos prepararnos, prepararnos para todo. —Dijo
el joven en plan de no quedarse callado, inseguro de las acciones a tomar, pero
consciente de lo que vendría.
Un infierno hecho guerra.
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