—La habré llamado unas sesenta veces. Había llegado el punto en que ya no sabía sí es que realmente no me importaba o sí mi corazón hacia un esfuerzo sobrehumano por contener el afecto. Estaba agotado, me pesaban las manos en el teclado mientras me obligaba a escribir aquel artículo. «No quiero hacer nada», un quebranto casi infantil había invadido mi cuerpo, me incendiaba.
«No quiero escribir»
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