—Ya yo he perdido todo lo que tenía en algún momento —Dijo despreocupado el joven mientras su mirada se perdía entre los edificios vacíos.
El sol de Abril calentaba los desolados tejados de la ciudad de Leor. Una guitarra levemente desafinada se podía escuchar a lo lejos sí se prestaba atención. Algunas tonadas de Django Reindhardt adornaban el atardecer que pronto daría paso a la noche, una más, para la cuenta.
—Fíjate, pienso que la época; el consumo y los que están en el poder promueven el apego a las cosas, desde lo material a lo más profundo y emocional. Creo que les conviene que tengamos miedo de perder cualquier cosa, miedo de todo —Una sonrisa tenue se mantenía intacta mientras hablaba, dejando clara la incongruencia entre lo que decía y lo que sentía. Como sí para aquel muchacho fuera más cómodo tener miedo.
—Dices que lo habías perdido todo ya antes, aunque cuando hablas y con lo que dices parece que el miedo ha regresado, ¿Qué lo hizo volver? —Dijo la joven con una voz tierna y atenta, mientras alternaba lentamente su mirada entre sus manos y los ojos del muchacho, como queriendo hacer menos evidente su preocupación por él.
—Supongo que nunca se fue en realidad, pero me gusto pensar que había sido así. La verdad no se explicarme. Sí soy sincero pienso que no tengo miedo de nada ¿te ha pasado alguna vez, que sientes tantas cosas que terminas por no sentir nada?
—Pues, nunca. —Afirmó sin titubear la joven mujer de ojos taciturnos tomando una ligera bocanada de aire en un intento de no tocar el tema de las emociones.
—No es que yo sienta mucho tampoco, soy un hombre fuerte, tú lo sabes, me han pasado muchas cosas y aquí estoy —Dijo convencido el muchacho
—Se que haz pasado por mucho —Comento la joven mientras miraba las zapatillas que aquel muchacho le había regalado en el pasado Diciembre —A veces pienso que nada te podría afectar, que nada te puede tocar o herir. Pero, sí te dijera que he decidido irme de Leor, ¿Sentirías miedo otra vez?
Las últimas notas de Té para dos de Django Reindhardt nunca terminaron de sonar, tal vez el vecino que tocaba la guitarra se había cansado de repetirla por sexta vez y se había ido a comer, tal vez el universo había conspirado para que aquel momento fuera secuestrado por un silencio breve, de esos que dicen mucho.
—Por supuesto que no tendría miedo Estefanía —El pulso del joven gravitaba por las nubes, pero su semblante era sereno —No me lo esperaba pero también puede que lo haya pensado una que otra vez y creo sin duda que sería lo mejor para ti —Aquella sonrisa tenue de hace un rato se mantenía intacta en la cara del jovén, dejando clara la incongruencia entre lo que decía y lo que sentía, una vez más.
—¿En verdad te vas? —Dijo el joven con esperanzas de escuchar lo contrario
—El décimo día de Julio, sí —Dijo ella aún con su mirada en las impecables zapatillas
—Que bueno Estefanía, que bueno.
—¿Y tú qué Sebastián? —Preguntó ya cansada de no obtener una respuesta elaborada del ensimismado muchacho.
—¿Yo qué? —Pensó el muchacho para sí, dándose cuenta de que por muchos años había ignorado por completo la existencia de esa pregunta. ¿Qué con él?
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